Por Ernesto Chávez Álvarez
Periodista e investigador. Colaborador de La Petjada
Periodista e investigador. Colaborador de La Petjada
En
el triangulo comprendido entre las actuales calles de San Francisco, San Felipe
y la calzada de Cristina, quedó establecida en 1857 una institución sanitaria
bajo el nombre de Sociedad en Comandita
Ramón Vila y Compañía. Ningún sitio
más propicio de La Habana extramural que éste, en medio de un saludable paisaje
campestre de fácil acceso desde el camino a Jesús del Monte, para erigir un
establecimiento de este tipo. El mismo tenía como administrador a Fermín
Pardiñas, mientras el director médico sería el catalán Ramón Vila Ferrer. Cuatro años más tarde, Pardiñas
vendió sus acciones al segundo; para, a partir de 1862, dicha institución
quedar registrada como Casa de Salud
Quinta del Rey, Ramón Vila y Ca.
Cuando en 1879 falleció el Dr. Vila Ferrer,
la casa de salud, que ya desde 1865 el primer dueño la tenía hipotecada a otro
colega y coterráneo suyo nombrado Juan Veguer Flaquer, éste pasó a ser
propietario del establecimiento; iniciándose a partir de entonces el esplendor
de Quinta del Rey. Tal fue así, que en la Exposición Universal de Barcelona de
1880 la prestigiosa casa obtuvo medalla de oro.
En 1808, Quinta del Rey pasó a formar parte
de la Beneficencia Catalana por disposición testamentaria. Veguer Flaquer había
fallecido el 28 de enero de ese mismo
año, legando a dicha institución ─de la cual había sido director de ejercicio
social 1868-1899─ la floreciente casa de salud. La heredada instalación
sanitaria tenía un valor de treinta mil pesos oro, libre de gravámenes.
Ya en posesión de Quinta del Rey, la Beneficencia
Catalana tomó el acuerdo de arrendarla por considerarse no apta para la
administración de este tipo de establecimiento especializado; además de no
poseer el capital suficiente que debía satisfacer algunas deudas a ciertos
acreedores al aceptar el legado. La Beneficencia Catalana fue la única de las
sociedades de carácter regional establecidas en la Isla que no tuvo una casa de
salud para sus asociados.
Quinta del Rey fue arrendada al médico
Antonio Jover, quien tomó posesión de la misma el 1º de abril de 1888. Entre los
artículos del contrato estaban contemplados las consultas y los medicamentos
gratuitos a los asociados enfermos y a los socorridos; así como destinar
anualmente el 10% de las utilidades líquidas en beneficio de los necesitados de
la Sociedad.
A pesar de las utilidades que reportó Quinta
del Rey en su doble función de propiedad que producía réditos seguros y como un
notable ahorro en los auxilios necesarios para los enfermos de la Sociedad,
este establecimiento sanitario constituyó una carga gravosa para la Beneficencia
Catalana. Todos los años, las Memorias reflejaban los grandes desembolsos
monetarios de ésta en el mantenimiento y
equipamiento de la propiedad. Cuando en 1894 el Centro Gallego propuso la
compra de Quinta del Rey, aquella se negó sólo por respeto a la disposición del
benefactor Veguer Flaquer.
Quinta del Rey se vio muy afectada por los
acontecimientos iniciados en la Isla a partir de 1895. A la paralización de las
obras de mantenimiento se sumó la notable disminución de ingresos, que apenas
cubrían ya los gastos poniendo en peligro los niveles presupuéstales de la
misma. Incluso, las dietas para los enfermos asignadas a la Sociedad, antes
gratuitas y ahora crecidas debido al aumento de hospitalizados, tuvieron que
comenzar a pagarse desde entonces. Al concluir a guerra de 1898, el
establecimiento, como todas sus dependencias exteriores e interiores, se
encontraba en mal estado y fuertemente
devaluado.
Vencido el contrato con el Dr. Jover, Quinta
del Rey fue arrendada al médico Rafael Bueno por un período de cuatro años,
prorrogable a otros diez a voluntad del
arrendatario. Bueno entró en posesión del establecimiento el 1º de febrero de
1898 para iniciar, luego de instaurada la República en 1902, una nueva etapa en
la existencia de Quinta del Rey dentro de las propiedades de la Beneficencia
Catalana.
La otrora propiedad orgullo de la
Beneficencia Catalana inició su decadencia como institución sanitaria con el
siglo XX. Hacia los años veinte, Quinta del Rey, envejecida técnica y estructuralmente,
ya se había convertido en una carga gravosa para la entidad propietaria.
A finales de 1903, rescindido el contrato
con el antiguo director, Quinta del Rey se arrendó a la Sociedad Perdomo y
Cía., en representación de una sociedad de médicos de La Habana, por un período
de cuatro años. Vencido el contrato de arrendamiento en 1907 se firmó uno nuevo
por cinco años prorrogables a la Sociedad Centro Balear. De acuerdo con el
contrato, el arrendatario quedaba comprometido a asistir gratuitamente, hasta
su curación o fallecimiento, a doce enfermos socorridos por la Beneficencia
Catalana. La nueva administración de inmediato emprendió aquellas obras de
reparación, construcción y ornato necesarias, tanto de carácter externo como
sanitario, que modernizaron y sacaron del estado ruinoso y deplorable en que
desde hacía años se encontraba la instalación.
Un suceso inesperado vino a alterar el buen
desenvolvimiento de esta propiedad social. El proceso de expansión urbana de la
ciudad llevó el alcantarillado por las calles laterales de Quinta del Rey, por
lo cual la Jefatura de Sanidad exigió a la Sociedad el inmediato acometimiento
de las cloacas interiores con la correspondiente instalación de los servicios
sanitarios. Aquella no disponía de los fondos necesarios para acometer las
exigencias, y el arrendamiento con el Centro Balear no incluía las cláusulas
preventivas al caso que se presentaba. Además, en la propiedad también estaba
como arrendataria la Clínica Malberti. La Beneficencia Catalana se enfrentó
entonces al dilema de tener que cerrar Quinta del Rey. Con posterioridad se
llegó a un acuerdo satisfactorio con el Centro Balear, firmándose un nuevo
contrato de arrendamiento en el cual fueron modificadas algunas cláusulas y
añadidas otras.
En octubre de 1921 terminó el contrato de
arrendamiento con el Centro Balear. La Beneficencia Catalana se hizo cargo de
Quinta del Rey, dejándola totalmente evacuada y al cuidado de un sereno. Según
el estado de salud, los enfermos socorridos por la Sociedad allí asistidos
fueron redistribuidos. Unos regresaron a sus viviendas, otros fueron recluidos
en los asilos Las Hermanitas y La Misericordia, y los aún necesitados de
asistencia facultativa fueron ingresados en el Hospital Calixto García, al
cuidado del médico honorario de la Beneficencia Catalana. Solo quedó en la
propiedad la Clínica Malberti, a cuyo arrendatario se le subió el alquiler.
La Beneficencia Catalana acordó entonces
anunciar en la prensa el arrendamiento de los terrenos y edificios que ocupaba
el Centro Balear en Quinta del Rey. Los nuevos ocupantes realizaron notables
mejoras en las instalaciones arrendadas, y ya para 1922 había sido modernizada,
particularmente el frente que daba a la populosa calzada de Cristina, cuyo
pabellón fue ocupado en parte por varios establecimientos comerciales. Las
obras de construcción continuaron; y para finales de 1922 la parte de la
propiedad ocupada por la clínica Malberti quedó desocupada, iniciándose
enseguida la reforma de sus edificaciones para un nuevo arrendamiento.
Quinta del Rey fue una de las cinco
propiedades que la Beneficencia Catalana incluyó en 1925 dentro de los
proyectos de estudio para su renovación general, en vista de que produjera
mayores réditos a la institución. Mas este proyecto nunca llegó a realizarse.
Hacia 1926 comenzó el abandono paulatino de Quinta del Rey. A pesar de que sus
dependencias no fueron muy afectadas por el destructivo ciclón del 20 de
octubre de ese año, las edificaciones de la propiedad acusaban un alarmante
estado de abandono. En 1928, la antigua Clínica Malberti había sido alquilaba
como cuartería por sus arrendatarios, para al siguiente año contratar un nuevo
solicitante que la heredó en franco estado de ruina. En 1930 esta propiedad
tenía un sólo arrendatario, y su deterioro era alarmante.
El movimiento de las propiedades sociales a
partir de las postrimerías del treinta fue bastante dinámico. No obstante,
Quinta del Rey había perdido para esa época su importancia inmobiliaria. Desde
los finales de los años veinte se había convertido en casa de inquilinato con
bajos rendimientos económicos para la Beneficencia Catalana. En 1937 se acordó
cambiarle el nombre por el de Veguer i
Flaguer, como recuerdo de gratitud al donante de Quinta del Rey; además de
proyectarse una placa con la efigie fundida en bronce de aquel benefactor, que
sería colocada en la fachada principal de la edificación. Aunque ambos
proyectos fueron llevados a efecto, más allá del ámbito de sus promotores la
vieja edificación con su entorno siguió conociéndose no obstante como Quinta
del Rey.
La decadencia de Quinta del Rey era más que
manifiesta en los años cincuenta. Con el transcurso del tiempo, esta propiedad
social se había ido convirtiendo en una
casa de vecindad, con algunas dependencias hacia la calzada de Cristina
arrendadas como establecimientos comerciales de poca monta.
Para mediados de ese decenio, Quinta del Rey
seguía constituyendo un doble problema para la Beneficencia Catalana. Esta se
enfrentaba a una propiedad envejecida, cuya antigua estructura estaba muy
deteriorada por el tiempo y los remiendos; y al abandono se sumaban las bajas
rentas que hacían improductivas todas las obras que en la misma debían
efectuarse para sacarla de su marasmo secular.
Por otra parte, los terrenos que ocupaba la
antigua Quinta del Rey habían adquirido un valor considerable durante los
últimos años. La Beneficencia Catalana planteó entonces la necesidad de vender
esta propiedad productora de bajos rendimientos, para de este modo poder
proceder a una nueva y más favorable inversión inmobiliaria. En 1957 hubo una
proposición de compra que la entidad no aceptó por considerarla muy baja.
La ley de alquileres decretada en 1952, que
disponía una rebaja del 30% en el arrendamiento de las casas de vecindad,
redujo aún más los ya bajos rendimientos que a la Beneficencia Catalana
reportaba Quinta del Rey. Como consecuencia de esta disposición legal, los
arrendatarios de ésta rescindieron el
contrato por no resultarle conveniente la administración del inmueble. La
Beneficencia Catalana tuvo que hacerse entonces cargo de administrar
directamente la propiedad.
La ley de Reforma urbana de 1960 intervino
todas las propiedades de la Beneficencia Catalana que ésta tenía destinada para
el arriendo habitacional y comercial. Los inmuebles expropiados fueron
indemnizados; a excepción de Quinta del Rey y una casa de la calle de Gervasio,
ambas convertidas en ciudadelas desde hacía años. Las dos pasaron al Estado
cubano sin que los propietarios recibieran cantidad alguna en concepto de
indemnización. Luego de más de ochenta años de engrosar el patrimonio de la
Beneficencia Catalana, Quinta del Rey se perdía definitivamente para ella.
Hoy puede verse, ocupando el mismo sitio
donde en 1857 fuera erigida, el vetusto caserón que otrora fuera la opulenta
Quinta del Rey. El frontón, cuyo extremo rematan dos enormes conchas, aún se
yergue airoso en medio del abandono y miseria que exhibe esa actual casa de
vecindad, que se niega a dejarse vencer por el paso de los años y la desidia,
en espera tal vez de tiempos mejores. O quizás porque el fantasma de Joaquín Pairet Vaca, el acaudalado catalán
que precisamente muriera allí en 1885 sumido en la mayor pobreza, se niegue a
abandonar los aposentos fenecidos de la antaño digna casa de salud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario