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lunes, 7 de abril de 2014

QUINTA DEL REY, EL HOSPITAL DE LOS CATALANES EN LA HABANA


Por Ernesto Chávez Álvarez 
Periodista e investigador. Colaborador de La Petjada


  En el triangulo comprendido entre las actuales calles de San Francisco, San Felipe y la calzada de Cristina, quedó establecida en 1857 una institución sanitaria bajo el nombre de Sociedad en Comandita Ramón  Vila y Compañía. Ningún sitio más propicio de La Habana extramural que éste, en medio de un saludable paisaje campestre de fácil acceso desde el camino a Jesús del Monte, para erigir un establecimiento de este tipo. El mismo tenía como administrador a Fermín Pardiñas, mientras el director médico sería el catalán Ramón Vila  Ferrer. Cuatro años más tarde, Pardiñas vendió sus acciones al segundo; para, a partir de 1862, dicha institución quedar registrada como Casa de Salud Quinta del Rey, Ramón Vila y Ca.

   Cuando en 1879 falleció el Dr. Vila Ferrer, la casa de salud, que ya desde 1865 el primer dueño la tenía hipotecada a otro colega y coterráneo suyo nombrado Juan Veguer Flaquer, éste pasó a ser propietario del establecimiento; iniciándose a partir de entonces el esplendor de Quinta del Rey. Tal fue así, que en la Exposición Universal de Barcelona de 1880 la prestigiosa casa obtuvo medalla de oro.
    En 1808, Quinta del Rey pasó a formar parte de la Beneficencia Catalana por disposición testamentaria. Veguer Flaquer había fallecido el 28 de enero  de ese mismo año, legando a dicha institución ─de la cual había sido director de ejercicio social 1868-1899─ la floreciente casa de salud. La heredada instalación sanitaria tenía un valor de treinta mil pesos oro, libre de gravámenes.
   Ya en posesión de Quinta del Rey, la Beneficencia Catalana tomó el acuerdo de arrendarla por considerarse no apta para la administración de este tipo de establecimiento especializado; además de no poseer el capital suficiente que debía satisfacer algunas deudas a ciertos acreedores al aceptar el legado. La Beneficencia Catalana fue la única de las sociedades de carácter regional establecidas en la Isla que no tuvo una casa de salud para sus asociados.
   Quinta del Rey fue arrendada al médico Antonio Jover, quien tomó posesión de la misma el 1º de abril de 1888. Entre los artículos del contrato estaban contemplados las consultas y los medicamentos gratuitos a los asociados enfermos y a los socorridos; así como destinar anualmente el 10% de las utilidades líquidas en beneficio de los necesitados de la Sociedad.
   A pesar de las utilidades que reportó Quinta del Rey en su doble función de propiedad que producía réditos seguros y como un notable ahorro en los auxilios necesarios para los enfermos de la Sociedad, este establecimiento sanitario constituyó una carga gravosa para la Beneficencia Catalana. Todos los años, las Memorias reflejaban los grandes desembolsos monetarios de  ésta en el mantenimiento y equipamiento de la propiedad. Cuando en 1894 el Centro Gallego propuso la compra de Quinta del Rey, aquella se negó sólo por respeto a la disposición del benefactor Veguer Flaquer.
   Quinta del Rey se vio muy afectada por los acontecimientos iniciados en la Isla a partir de 1895. A la paralización de las obras de mantenimiento se sumó la notable disminución de ingresos, que apenas cubrían ya los gastos poniendo en peligro los niveles presupuéstales de la misma. Incluso, las dietas para los enfermos asignadas a la Sociedad, antes gratuitas y ahora crecidas debido al aumento de hospitalizados, tuvieron que comenzar a pagarse desde entonces. Al concluir a guerra de 1898, el establecimiento, como todas sus dependencias exteriores e interiores, se encontraba  en mal estado y fuertemente devaluado.
   Vencido el contrato con el Dr. Jover, Quinta del Rey fue arrendada al médico Rafael Bueno por un período de cuatro años, prorrogable  a otros diez a voluntad del arrendatario. Bueno entró en posesión del establecimiento el 1º de febrero de 1898 para iniciar, luego de instaurada la República en 1902, una nueva etapa en la existencia de Quinta del Rey dentro de las propiedades de la Beneficencia Catalana.
   La otrora propiedad orgullo de la Beneficencia Catalana inició su decadencia como institución sanitaria con el siglo XX. Hacia los años veinte, Quinta del Rey, envejecida técnica y estructuralmente, ya se había convertido en una carga gravosa para la entidad propietaria.
   A finales de 1903, rescindido el contrato con el antiguo director, Quinta del Rey se arrendó a la Sociedad Perdomo y Cía., en representación de una sociedad de médicos de La Habana, por un período de cuatro años. Vencido el contrato de arrendamiento en 1907 se firmó uno nuevo por cinco años prorrogables a la Sociedad Centro Balear. De acuerdo con el contrato, el arrendatario quedaba comprometido a asistir gratuitamente, hasta su curación o fallecimiento, a doce enfermos socorridos por la Beneficencia Catalana. La nueva administración de inmediato emprendió aquellas obras de reparación, construcción y ornato necesarias, tanto de carácter externo como sanitario, que modernizaron y sacaron del estado ruinoso y deplorable en que desde hacía años se encontraba la instalación.
   Un suceso inesperado vino a alterar el buen desenvolvimiento de esta propiedad social. El proceso de expansión urbana de la ciudad llevó el alcantarillado por las calles laterales de Quinta del Rey, por lo cual la Jefatura de Sanidad exigió a la Sociedad el inmediato acometimiento de las cloacas interiores con la correspondiente instalación de los servicios sanitarios. Aquella no disponía de los fondos necesarios para acometer las exigencias, y el arrendamiento con el Centro Balear no incluía las cláusulas preventivas al caso que se presentaba. Además, en la propiedad también estaba como arrendataria la Clínica Malberti. La Beneficencia Catalana se enfrentó entonces al dilema de tener que cerrar Quinta del Rey. Con posterioridad se llegó a un acuerdo satisfactorio con el Centro Balear, firmándose un nuevo contrato de arrendamiento en el cual fueron modificadas algunas cláusulas y añadidas otras.
   En octubre de 1921 terminó el contrato de arrendamiento con el Centro Balear. La Beneficencia Catalana se hizo cargo de Quinta del Rey, dejándola totalmente evacuada y al cuidado de un sereno. Según el estado de salud, los enfermos socorridos por la Sociedad allí asistidos fueron redistribuidos. Unos regresaron a sus viviendas, otros fueron recluidos en los asilos Las Hermanitas y La Misericordia, y los aún necesitados de asistencia facultativa fueron ingresados en el Hospital Calixto García, al cuidado del médico honorario de la Beneficencia Catalana. Solo quedó en la propiedad la Clínica Malberti, a cuyo arrendatario se le subió el alquiler.
   La Beneficencia Catalana acordó entonces anunciar en la prensa el arrendamiento de los terrenos y edificios que ocupaba el Centro Balear en Quinta del Rey. Los nuevos ocupantes realizaron notables mejoras en las instalaciones arrendadas, y ya para 1922 había sido modernizada, particularmente el frente que daba a la populosa calzada de Cristina, cuyo pabellón fue ocupado en parte por varios establecimientos comerciales. Las obras de construcción continuaron; y para finales de 1922 la parte de la propiedad ocupada por la clínica Malberti quedó desocupada, iniciándose enseguida la reforma de sus edificaciones para un nuevo arrendamiento.
   Quinta del Rey fue una de las cinco propiedades que la Beneficencia Catalana incluyó en 1925 dentro de los proyectos de estudio para su renovación general, en vista de que produjera mayores réditos a la institución. Mas este proyecto nunca llegó a realizarse. Hacia 1926 comenzó el abandono paulatino de Quinta del Rey. A pesar de que sus dependencias no fueron muy afectadas por el destructivo ciclón del 20 de octubre de ese año, las edificaciones de la propiedad acusaban un alarmante estado de abandono. En 1928, la antigua Clínica Malberti había sido alquilaba como cuartería por sus arrendatarios, para al siguiente año contratar un nuevo solicitante que la heredó en franco estado de ruina. En 1930 esta propiedad tenía un sólo arrendatario, y su deterioro era alarmante.
   El movimiento de las propiedades sociales a partir de las postrimerías del treinta fue bastante dinámico. No obstante, Quinta del Rey había perdido para esa época su importancia inmobiliaria. Desde los finales de los años veinte se había convertido en casa de inquilinato con bajos rendimientos económicos para la Beneficencia Catalana. En 1937 se acordó cambiarle el nombre por el de Veguer i Flaguer, como recuerdo de gratitud al donante de Quinta del Rey; además de proyectarse una placa con la efigie fundida en bronce de aquel benefactor, que sería colocada en la fachada principal de la edificación. Aunque ambos proyectos fueron llevados a efecto, más allá del ámbito de sus promotores la vieja edificación con su entorno siguió conociéndose no obstante como Quinta del Rey.
   La decadencia de Quinta del Rey era más que manifiesta en los años cincuenta. Con el transcurso del tiempo, esta propiedad social se había ido convirtiendo  en una casa de vecindad, con algunas dependencias hacia la calzada de Cristina arrendadas como establecimientos comerciales de poca monta.
   Para mediados de ese decenio, Quinta del Rey seguía constituyendo un doble problema para la Beneficencia Catalana. Esta se enfrentaba a una propiedad envejecida, cuya antigua estructura estaba muy deteriorada por el tiempo y los remiendos; y al abandono se sumaban las bajas rentas que hacían improductivas todas las obras que en la misma debían efectuarse para sacarla de su marasmo secular.
   Por otra parte, los terrenos que ocupaba la antigua Quinta del Rey habían adquirido un valor considerable durante los últimos años. La Beneficencia Catalana planteó entonces la necesidad de vender esta propiedad productora de bajos rendimientos, para de este modo poder proceder a una nueva y más favorable inversión inmobiliaria. En 1957 hubo una proposición de compra que la entidad no aceptó por considerarla muy baja.
   La ley de alquileres decretada en 1952, que disponía una rebaja del 30% en el arrendamiento de las casas de vecindad, redujo aún más los ya bajos rendimientos que a la Beneficencia Catalana reportaba Quinta del Rey. Como consecuencia de esta disposición legal, los arrendatarios de ésta  rescindieron el contrato por no resultarle conveniente la administración del inmueble. La Beneficencia Catalana tuvo que hacerse entonces cargo de administrar directamente la propiedad.
   La ley de Reforma urbana de 1960 intervino todas las propiedades de la Beneficencia Catalana que ésta tenía destinada para el arriendo habitacional y comercial. Los inmuebles expropiados fueron indemnizados; a excepción de Quinta del Rey y una casa de la calle de Gervasio, ambas convertidas en ciudadelas desde hacía años. Las dos pasaron al Estado cubano sin que los propietarios recibieran cantidad alguna en concepto de indemnización. Luego de más de ochenta años de engrosar el patrimonio de la Beneficencia Catalana, Quinta del Rey se perdía definitivamente para ella.
   Hoy puede verse, ocupando el mismo sitio donde en 1857 fuera erigida, el vetusto caserón que otrora fuera la opulenta Quinta del Rey. El frontón, cuyo extremo rematan dos enormes conchas, aún se yergue airoso en medio del abandono y miseria que exhibe esa actual casa de vecindad, que se niega a dejarse vencer por el paso de los años y la desidia, en espera tal vez de tiempos mejores. O quizás porque el fantasma  de Joaquín Pairet Vaca, el acaudalado catalán que precisamente muriera allí en 1885 sumido en la mayor pobreza, se niegue a abandonar los aposentos fenecidos de la antaño digna casa de salud.


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